"Los que esperan en el señor...levantarán alas como las águilas.." Isaías 40:31

Gladys Aylward (1902-1970)

Fue una misionera que centró todos sus esfuerzos en llevar el Evangelio a China. Nació en Inglaterra, de padres muy modestos y ya a  los 14 años tuvo que trabajar como sirvienta para ganarse la vida. De niña había asistido a la escuela dominical de su iglesia, pero fue a los 28 años cuando decidió entregar su vida a servir a Dios. Supo que en China había millones de personas que nunca habían oído hablar de Cristo y sintió que Dios la llamaba a aquel país lejano.

Intentó entrar en una Escuela para misioneros en China que había en Londres pero ella era bajita, apenas pesaba 45 kg y no había tenido enseñanza superior; como tampoco su inteligencia era muy brillante, la descalificaron. Gladys entonces no se dejó hundir por el fracaso y su fe la ayudó.

Supo de una misionera en China que había quedado viuda pero decidió volver allí y necesitaba una colaboradora. Así Gladys vio una puerta abierta para obedecer el mandato de dejar su tierra para ser de bendición. Trabajó duramente para pagar su billete de tren y con una maleta de víveres y otra de cacharros, ropa y un infernillo se marchó hacia China.

A los 7 días llegó a Siberia y no pudo seguir por la guerra entre Rusia y China. Le confiscaron su pasaporte y todo su equipaje. Pasó por increíbles dificultades, incluso cruzó a pie por senderos estrechos varias montañas altas hasta llegar al norte de China, donde vivía y trabajaba la misionera ayudando a los muleros que venían con sus carros cubiertos de lodo y alojándolos en su posada. Gladys tenía que tirar de la primera mula hasta el patio invitando a los muleros a pasar y hacer noche. Luego debía prepara la cena para los huéspedes y la Sra. Lawson les contaba historias bíblicas antes de acostarse.

Afrontó su tarea con valor, a pesar de su estatura y consiguió aprender el chino. Cuando la Sra. Lawson murió, Gladys quedó en su puesto y el mejor momento del día para ella era cuando hablaba a los muleros de Jesús. Cuando tuvo que cerrar el mesón porque no lograba cubrir los gastos,  providencialmente, el mandarín de la región le pidió que fuera “inspectora de pies” de toda la comarca. Se acababa de promulgar una ley que prohibía reducir el tamaño de los pies de las jóvenes a base de vendarlos. Con esta práctica se lograba eliminar la forma natural de los pies para que quedaran chiquititos, cosa que según la tradición se consideraba elegante. Con sus grandes pies de mujer europea, Gladys debía controlar el cumplimiento de la ley.

(Continuará)

Carmen Aparicio

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