El ángel no fue enviado a los sacerdotes o a los ancianos de Jerusalén, sino a una compañía de pobres pastores. Ellos no estaban durmiendo en sus camas cuando les llegaron las noticias, sino velando y guardando “las vigilias de la noche sobre sus rebaños”. Estaban bien despiertos y por lo tanto no se confundieron en lo que vieron y escucharon.
La fecha tuvo que ser entre Abril y Octubre, que eran los meses en que las ovejas dormían a la intemperie, pues el resto del año hace demasiado frío en Israel. Recordemos también que en Octubre es la fiesta de los Tabernáculos y las manifestaciones de Dios en la tierra siempre coinciden con alguna de las fiestas judías.
De repente, “la gloria del Señor los rodeó con su resplandor” y aquella noche quedó brillante como si fuera pleno día. Aquella “shekinah” había estado ausente de Israel desde hacía mucho tiempo. Esto les llenó de temor, quizás pensando que el ángel era un mensajero de la ira divina. Se dice que en aquellos tiempos los rabinos aconsejaban a los judíos que no enseñasen a sus hijos la profesión de pastor, porque tenían fama de ladrones.
Después de tranquilizarlos, el ángel les dio noticias “de gran gozo” que serían “para todo el pueblo” y ellos, a pesar de ser pobres y despreciados, deberían darlas a conocer.
El ángel también les dio la señal para reconocer al Salvador que había nacido: “hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre”. Aquellos pastores sabían muy bien que los pequeños corderos que nacían perfectos eran acostados en un pesebre para ser inspeccionados por el sacerdote con el objeto de apartarlos para el sacrificio. Después eran envueltos en pañales, hechos con tiras de túnicas de los sacerdotes que ya no las usaban. Así quedaban protegidos para no dañarse y eran llevados al templo en Jerusalén.
Probablemente para María podría ser frustrante tener que acostar a su bebé recién nacido en un pesebre, pero para los pastores que fueron a verlo era la prueba de su divinidad.
También probablemente María había recibido esos pañales hechos con tiras de túnicas sacerdotales en la casa de su prima Elisabet cuando ella fue a verla, ya que el marido de ésta era el sacerdote Zacarías.
También “aparecieron con el ángel una multitud de seres celestiales, que alababan a Dios” y su mensaje era que Su buena voluntad hacia los hombres es que Él sea glorificado en las alturas y que haya paz en la tierra.
Aquellos hombres sencillos no necesitaron consultar con nadie ni reflexionar sobre lo ocurrido. Ellos creyeron el mensaje del ángel y no perdieron el tiempo, sino que se dieron prisa para ir a disfrutar del acontecimiento, porque la revelación de Dios impide el estancamiento.
La pobreza y modestia en la que encontraron a Cristo el Señor no produjo un choque a su fe, ya que ellos sabían muy bien lo que era vivir disfrutando de la comunión con Dios en medio de circunstancias muy pobres y adversas. ¡Vemos que los de fe sencilla llegan antes a ver a Dios!
Los pastores relataron a José y María lo que habían vivido en el campo, lo cual sería de gran alegría y de mucho ánimo para la joven pareja.
Ellos fueron los primeros evangelistas de la Historia. No eran los típicos candidatos para tan alto honor, pues estaban excluidos de la sociedad y eran descalificados para las ceremonias religiosas. No obstante, su elección revela la universalidad de la provisión de Dios para la Humanidad.
La ausencia más significativa en esta maravillosa escena fue la de los religiosos y los intelectuales, porque Dios escoge “lo necio del mundo para avergonzar a los sabios y lo débil para avergonzar a lo fuerte”.
Carmen Aparicio
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