"Los que esperan en el señor...levantarán alas como las águilas.." Isaías 40:31

EL AROMA DE AQUELLA NAVIDAD

Me han regalado una vela de Navidad y con esa fragancia mi imaginación ha volado mucho en estos días. Tanto ha volado que ha dejado el aroma a pavo relleno, canela, frutos secos, buenos vinos y turrones para llegar hasta aquel establo de penetrante olor a animales, estiércol, paja, heno, humedad y otros diversos olores… a los que se unieron aquellos traídos por los pastores, que venían del campo con sus ovejas al hombro y sus ahumadas vestimentas.

Me he preguntado muchas veces qué sensación produciría al Rey de Reyes toda aquella mezcla de tufos y pestes producidos por los miembros del reino animal y vegetal y por aquellos humildes pastores que le rodearon durante sus primeros momentos de vida. Aquel Ser perfecto que venía de una atmósfera incontaminada y libre de todo hedor tuvo que nacer en uno de los escenarios más apestosos que había en el planeta tierra. Estando en la condición más frágil e indefensa, como es la de un ser recién nacido, nuestro Señor Jesús tuvo que soportar aquel entorno, porque no se halló un mejor lugar para El.

Hay olores en nuestro mundo que consideramos fuertemente desagradables e incluso nauseabundos y huimos de ellos tomando todo tipo de medidas preventivas; pero no olvidemos que hay un olor que nuestra naturaleza caída produce cada día y que no hay higiene ni prevención humana que lo pueda evitar. Es el olor del pecado.

Creo firmemente que la sensación que le produce a Dios nuestro pecado es aún más desagradable. Produce un fuerte olor a corrupción, que dista mucho del dulce aroma de la presencia de Dios, un Dios Santo, limpio, perfecto en hermosura y en santidad.  Sin duda, el olor de nuestro pecado supera en desagrado a aquel aroma que respiró nuestro Salvador en aquella primera Navidad.

No quiero pasar por alto la extraordinaria fragancia que sin duda alguna llenó aquel lugar en el momento en que el Ser más excelente del Universo llegó a nacer, pero ahora sí que me faltan adjetivos para describir el extraordinario aroma que desprendía Nuestro Salvador. Dice la Palabra que hasta Su nombre es como ungüento derramado. Estoy segura de que el olor de sus suaves ungüentos era tan dulce que fue lo único que pudo superar con creces cualquier otra sensación en aquel humilde lugar.

Carmen Aparicio

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