La gracia es un regalo o favor que recibimos sin merecerlo. Nadie merece la gracia de Dios, pero Él es “el Dios de toda gracia”. ¡¡Su gracia es infinita y Su amor es incondicional, por lo tanto, la pelota está en nuestro tejado!!
El hecho de ser tocados por el amor de Dios y recibir Su bondad es una experiencia que toca el corazón humano. Nuestra conciencia nos acusa a menudo, también lo pueden hacer nuestras circunstancias, incluso las personas que nos rodean pueden señalarnos como culpables. No obstante, Dios siempre tiene la última palabra, para eso es Dios. Él es Quien nos ha dado la vida y Quien puede volver a tomarla en cualquier momento.
Yo creo que una de las expresiones más claras de la gracia de Dios es aquella en la que Él mismo confiesa que no quiere que nadie se pierda, sino que todos puedan estar para siempre en Su Presencia. Por lo tanto, merece la pena arrepentirse y volverse a un Dios que nos ama y nos recibe tal como somos.
Una vez que recibimos Su perdón, ya empieza nuestro caminar en la gracia de Dios. El apóstol San Pablo lo sabía muy bien, por eso decía cosas como estas: “Porque yo soy el más pequeño de todos los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos, pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1Co. 15:9-10). Pablo de Tarso pasó de ser un violento perseguidor de Cristo, a ser una columna importante en la Iglesia de Dios. No debía avergonzarse de su pasado ni enorgullecerse de su presente, todo lo había permitido y hecho Dios por Su gracia.
Carmen Aparicio
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