"Los que esperan en el señor...levantarán alas como las águilas.." Isaías 40:31

ARTICULO DE LA SEMANA

La buena milicia

 

El cristiano tiene una causa por la cual luchar que no es inconfesable, sino sublime, porque es la mejor causa posible.

En ciertos ambientes todo lo que tenga que ver con lo militar se ha convertido en un asunto repudiable o, por lo menos, cuestionable.Incluso en algunos ámbitos cristianos se han llegado a eliminar todas las referencias que puedan aludir a batalla, guerra y conflicto, hasta el punto de que los viejos himnos que tienen resonancias bélicas, aunque sólo sean espirituales, han sido eliminados de los himnarios; los nombres de determinadas organizaciones cristianas, que aludían a campaña guerrera, han sido cambiados; los logos, emblemas y otras señas de identidad que tuvieran alguna resonancia militar han experimentado una corrección en su diseño, para quitar toda asociación castrense. De esta manera se procura no molestar a quien nada más comenzar a escuchar Firmes y adelante puede levantarse de su asiento en la iglesia y marcharse.

Y sin embargo, con este deseo de adaptarse a ciertas sensibilidades se puede estar perdiendo de vista un ingrediente vital, como es el de que la vida cristiana es una contienda sin cuartel en la que el cristiano está sumido mientras vive en este mundo. En realidad la vida misma es una lucha y así lo reconoció Job cuando dijo: ‘¿No es acaso brega la vida del hombre sobre la tierra?’i Pero además de esa pugna natural la Biblia habla de otra clase de pugna, de un orden distinto y tan excelente que, sin rodeos, la denomina la buena milicia.

El calificativo de buena que se antepone a la palabra milicia es muy ilustrativo, porque señala algo que es elevado y óptimo, con la añadidura de bello y valioso. Estamos, pues, ante una clase de milicia que es de un carácter y naturaleza que supera a cualquier otra. De hecho, hay ciertos tipos de milicia que son de condición abominable, como aquellos que tienen por enseña matar de la manera más cruel posible. En nuestro tiempo presenciamos esta clase de milicia a la que algunos se han alistado.

Uno de los nombres de Dios en el Antiguo Testamento es el de Señor de los ejércitos, que aparece casi 300 veces, nombre que es todo un exponente de ese aspecto de Dios por el cual está en lucha permanente contra el mal en cualquiera de sus formas. Por cierto, un nombre que ha sido escamoteado y traducido de otra manera en una reciente traducción de la Biblia, tal vez para evitarle a Dios la onerosa asociación con lo militar. Pero el nombre de Señor de los ejércitos no solamente no es vergonzoso sino que es honroso y magnífico, si es entendido rectamente.

Pero la representación de Dios como guerrero no se limita a la primera parte de la Biblia, porque en el Nuevo Testamento no faltan escenas de carácter guerrero en las que al mismo Jesús se le describe de esa forma, dado el conflicto que enfrenta el trono de Dios con las fuerzas de tinieblas que le son hostiles. De hecho, la primera mención en la que la palabra iglesia aparece en el Nuevo Testamento tiene resonancias bélicas, cuando Jesús dice que ‘las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.’iii Asimismo el apóstol Pablo describe la vida cristiana desde el ángulo militar, comparándola con la milicia natural y extrayendo provechosas analogías de tal comparación.

Al estar el cristiano inmerso en una batalla y haber sido alistado en un ejército del cual es soldado, síguese que tiene un jefe. Es sabido que uno de los elementos que hacen la diferencia para aquellos que están enrolados en el ejército es la clase de jefe que tengan. Si es pésimo, abusivo o incompetente, la milicia se convertirá en una pesadilla. Pero el cristiano tiene el mejor Jefe posible, a quien servir bajo su mando es un privilegio excepcional no merecido.

El cristiano tiene una causa por la cual luchar que no es inconfesable, como tantas veces lo son aquellas por las que en este mundo se pelea, sino sublime, porque es la mejor causa posible, al ser aquella en la que Dios está comprometido, consistente en que su voluntad se haga en la tierra como se hace en el cielo.

El cristiano tiene un enemigo que no es de carne y sangre, aunque es tan real como si lo fuera. Hay un ejército invisible, pero patente, que está en permanente combate haciéndole la guerra y procurando destruirle por todos los medios. De ahí el armamento que tiene para enfrentar esa contienda.

El cristiano está del lado vencedor, no por su heroísmo, estrategia o valor personal sino porque su Jefe ya ganó la batalla decisiva que supuso el principio del fin del enemigo y que marcó un punto sin retorno en el curso de la guerra. Hay soldados que tristemente pelean por causas perdidas ya de antemano. Pero ¡qué diferencia cuando se sabe a priori que se está del lado vencedor, aunque el costo personal sea muy elevado!

Si Cervantes se refirió a la batalla de Lepanto como ‘la ocasión más alta que vieron los siglos’, tratándose solamente de una batalla temporal y terrenal, ¿cómo no se va a denominar a esta otra con el nombre de la buena milicia, si es infinitamente superior a todas las demás?

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