"Los que esperan en el señor...levantarán alas como las águilas.." Isaías 40:31

“Pequeño Sol”

El significado profético de su nombre se cumplió claramente. Las nubes en su firmamento nublaron pronto el horizonte y eclipsaron todo su resplandor. Sansón debió nacer, como ocurrió en el caso de muchos otros personajes bíblicos, en el seno de una familia disfuncional. Vemos que Dios se dirigió varias veces a su madre, para anunciarle su nacimiento y manifestarle cómo debía ser su crianza y educación.

La mujer de Manoa supo escuchar la voz de Dios y guió a su marido hasta Su presencia. Ella también entendió que su papel era clave en la vida de su hijo, porque éste había sido escogido por Dios para ser usado grandemente como siervo suyo. Fue ella la que escogió el nombre de su hijo.

Vemos que Manoa no era el líder espiritual en la familia; en cambio, su mujer, llena de conocimiento, fe y valentía, tuvo que guiarle en la comprensión del mensaje que Dios les había revelado.

El libro de los Jueces nos relata que este Pequeño Sol “creció, y Jehová lo bendijo. Y el Espíritu de Jehová comenzó a manifestarse en él” (13:24-25); pero pronto se manifestó su problema: le gustaba mirar lo que no debía. Sansón dio su primer paso de desobediencia cuando se acercó al territorio de los filisteos, enemigos de su pueblo, se encaprichó con una señorita de aquel lugar y quiso casarse con ella, a pesar de la oposición de sus padres.

Sansón tenía otras debilidades, como su tendencia a enojarse y su deseo de buscar venganza; pero el mayor defecto que tenía era no saber guardar un secreto; y esto terminó costándole la vida. Su ministerio como juez en Israel duró 20 años y fue interrumpido y menoscabado por su promiscuidad.

Su segundo paso de desobediencia fue dormir con una prostituta y el tercero fue enamorarse de Dalila, cuyo nombre significa “coleta cortada”. Ésta utilizó sus armas femeninas para sonsacarle el secreto de su fuerza y, a continuación, entregarlo en manos de sus enemigos. Cuando los filisteos fueron a por él, no sabía que Dios ya se había apartado de su vida. Le sacaron los ojos, le encadenaron y le pusieron a moler trigo, como si fuera un burro. Sansón vivió esclavo de sus pasiones y murió esclavo de sus enemigos.

Sólo al final de sus días, clamó a Dios y recibió la fuerza suficiente para derribar las columnas de la casa donde le estaban escarneciendo unas 3.000 personas. “Los que mató al morir fueron muchos más que los que había matado durante su vida” (16:30).

Como un pequeño sol, Sansón brilló por poco tiempo, tuvo la unción, pero sin intimidad con Dios.

Carmen Aparicio

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