"Los que esperan en el señor...levantarán alas como las águilas.." Isaías 40:31

ARTÍCULO DE LA SEMANA

J U A N A   D E   A R C O

La historia de Juana de Arco es realmente interesante y está llena de aventura. Esta joven campesina, que llegó a ser la líder militar más importante de la Francia de su tiempo, merece que conozcamos su vida, la cual sólo duró 19 años. Creo que es una historia real que puede inspirar a cualquier mujer, de cualquier época, demostrando lo fuerte y valiente que se puede llegar a ser cuando se tiene un llamado claro de Dios, independientemente de la edad, cultura, fortaleza o recursos.

Juana de Arco vivió en el marco de una Francia acosada por la Guerra de los Cien Años, luchando contra Inglaterra. Esta última poseía entonces gran parte del territorio francés y pretendía obtener el resto. Juana nació en 1412 en la aldea de Donrémy, en la región de Lorena. Su padre se llamaba Jaques d’Arc y su madre Isabelle. Pasó la mayor parte de su corta vida en su aldea natal. Se ocupaba de los rebaños y los protegía de los soldados borgoñeses, aliados de los ingleses, pero se encargaba principalmente de las tareas domésticas. Su padre era un campesino acomodado ya que podía alquilar un castillo pequeño, derruido, para vivir.

Juana era una niña muy piadosa. Era hermosa, con cabellera morena y ojos profundamente azules. Medía poco más de metro y medio. Tenía una contextura delgada y frágil, con mejillas sonrosadas y manos curtidas por el trabajo. Creció como una joven virgen y muy religiosa. Al vivir siempre en el campo, no tuvo oportunidad de aprender a leer ni escribir pero su madre, que era una mujer muy piadosa, le infundió una gran confianza en el Padre Celestial. Era una chica tan bondadosa que todos en el pueblo la querían.

JuanadeArco peliculaA los 14 años, esta joven sencilla empezó a oír unas voces que le decían: “Tú debes salvar a tu nación y al rey”. Por temor, no contó nada al principio, pero las voces continuaban insistiendo que ella, una pobre campesina ignorante, tenía un destino alto e importante en su nación. Al principio, sus familiares y vecinos no la creyeron pero la insistencia de las voces y los ruegos de la niña hicieron que un tío suyo la llevase ante el comandante del ejército de la ciudad vecina. Ella le dijo que Dios la había llamado para llevar un mensaje al rey. El militar la despachó con incredulidad. Sin embargo, unos meses después, Juana volvió a presentarse ante él. Para entonces ya le había llegado al comandante la noticia de una derrota que la misma Juana le había profetizado con anterioridad. Esto hizo que Juana fuese enviada con una escolta a ver al rey.

Cuando llegó a la ciudad, pidió hablar personalmente al Delfín de Francia, el futuro rey Carlos VII. Al ser informado de la noticia, el rey decidió poner a prueba a esta doncella. La hizo pasar a una recepción en la cual él se vistió de simple aldeano y se perdió entre la multitud, colocando en su lugar a un familiar suyo. La joven entró en el salón con una mirada serena y segura. No se dirigió al supuesto monarca sino al mismo rey disfrazado. Con sólidos pasos se movió ante unos 400 invitados y se detuvo ante su majestad. Inclinada en reverencia, pero con voz clara, le dijo: “Dios os dé larga vida, gentil Delfín. El Rey de los Cielos me envía ante vos, pues por mí seréis consagrado y coronado en la ciudad de Reims. Vos sois el verdadero heredero de Francia e hijo del rey”. En ese momento, el Delfín la llevó aparte y le hizo una pregunta que sólo Dios podía saber. En su conversación, Juana contó secretos que el rey no se imaginaba. Esto hizo que su majestad cambiase totalmente de opinión y de actitud hacia la joven campesina. Juana pasó la prueba.

Días después, fue llevada ante los consejeros del rey y los abogados del parlamento en Poitiers. Ella respondía a todas las preguntas con viveza y tranquilidad, explicando por qué había contactado con el Delfín. El interrogatorio duró tres semanas. Allí Juana pidió que la condujeran a Orleáns, donde les mostraría “el signo para el cual había sido enviada”. La ciudad de Orleáns estaba siendo sitiada por los ingleses y Juana pretendía salvarla. Cuando el interrogatorio llegó a su fin, los prelados reconocieron que en ella no había ningún mal ni nada contrario a la fe católica. No obstante, uno de los arzobispos reclamó el examen de virginidad alegando que si Juana era enviada por un demonio, seguramente no fuese virgen. La joven Juana también pasó esta prueba.

Finalmente Juana partió hacia Tours, donde constituyó su casa militar. Le ofrecieron un escudero, dos pajes, un mayordomo y dos heraldos de armas. Le hicieron una armadura y un estandarte blanco con el nombre de Jesús bordado. Allí acudieron sus dos hermanos, Pierre y Jean para combatir a su lado. El rey Carlos VII le confió entonces el mando de su ejército, le otorgó dinero y se hizo aconsejar por ella. Todo aquello despertó muchos recelos en la corte. Desde entonces, Juana quedaría rodeada
de enemigos, de dentro y de fuera. No obstante, ella dirigía a sus soldados con dulzura pero con firmeza de carácter. Reía con ellos, les comprendía y se hacía comprender. Era difícil creerlo en aquellos tiempos, pero sus soldados se dirigían a ella con total respeto. El duque de Aleçon confesó más tarde: “A veces, durante la guerra, dormí con ella al aire libre; yo y otros hombres de armas. Pude verla cuando se ponía la armadura. Era muy bella; no obstante, nunca sentí por ella malos deseos”.

Cuando el rey Carlos y sus militares ya creían perdida la guerra, Juana le pidió al monarca que le concediese el mando sobre las tropas para ir hacia Orleáns. El rey entonces la nombró capitana. Esta joven de 16 años, montada en su caballo, cubierta con su armadura y levantando con fuerza su estandarte blanco con el nombre de Jesús, encabezó un ejército de 100.000 soldados que levantaron el sitio de la ciudad. Desde entonces, Juana de Arco fue conocida como la Doncella de Orleáns. En sólo 8 días habían logrado liberar la ciudad. Los franceses habían sido vencidos en las primeras salidas pero desde que Juana en persona encabezó el asalto, todo había cambiado. Animados por el celo de su joven capitana, los soldados franceses habían luchado como héroes, expulsando a los asaltantes.

Juana no luchaba hiriendo ni matando pero iba al frente del ejército dirigiendo a los combatientes e infundiéndoles entusiasmo. Al comienzo del ataque, ella misma puso una escalera contra la muralla de la ciudad y fue herida por un flechazo en el hombro, pero ella sola se arrancó la flecha y se curó a sí misma aplicando tocino y aceite sobre la herida. A continuación, se dirigieron a otras ciudades. Estas caían ante Juana como frutos maduros, rindiendo su gobierno al rey de Francia. Después de sus resonantes victorias, la joven capitana consiguió que el temeroso Carlos VII aceptara ser coronado con toda solemnidad en la ciudad de Reims, tal como la doncella había profetizado.

A Juana ya sólo le quedaba un sueño: echar a los ingleses del suelo francés. El entonces rey Carlos iría junto a ella a luchar en los combates más decisivos. No obstante, el rey negoció secretamente con los Borgoñeses, los insurrectos que estaban al lado de los ingleses. Ella quería pelear hasta el agotamiento pero el rey prefería la diplomacia. Pronto Juana se convertiría en un personaje fastidioso para el rey, que no poseía en absoluto aquel espíritu de lucha, fe y valentía que le caracterizaba a ella. La joven siguió guerreando. Los pueblos eran liberados y la gente deliraba ante su presencia. Hombres y mujeres besaban sus vestimentas.

Por su parte, el rey le otorgó blasón y títulos de nobleza, quizás con la intención de cortarle las alas en un futuro próximo. Ella siguió batiéndose, aunque sólo le confiaban ya un pequeño ejército. Se le autorizó guerrear en operaciones secundarias, pero ella se las arreglaba para tomar ciudades. Sin embargo, los fracasos comenzaron debido a la falta de víveres y de medios. Juana de Arco estaba siendo abandonada por su rey, por aquel a quien ella había defendido con tanto valor, arriesgando su vida y todo lo que tenía.

Después de muchos ruegos, Juana consiguió que el rey le otorgase permiso para sitiar Paris, que estaba en poder de los ingleses. Era el punto más importante en aquella guerra nacional y hacia allí se dirigió Juana con sus valientes arrojándose sobre la ciudad en peligro. Se acercó a ella a través del bosque de madrugada y a la tarde intentó una salida contra los sitiadores. Cuando ella se disponía a presentar batalla, acudieron los ingleses cortándole toda posibilidad de retirada. Entre dos fuegos, los compañeros de Juana cedieron. Algunos de sus soldados se abrieron camino hacia las puertas de la ciudad y entraron en ella. Juana, a la retaguardia, los seguía con su hermano Pierre pero, cuando llegó ante la puerta, vio horrorizada que el puente levadizo se alzaba ante ella. Juana comprendió que había sido vendida. A causa de las envidias de algunos súbditos y las componendas con los enemigos, el rey había ordenado la retirada de las tropas alejándose hacia el Loire. Los habitantes de la Borgoña, franceses que habían pactado con los ingleses, la rodearon y fue arrojada al suelo por un arquero. Debido al peso de su coraza, Juana no pudo levantarse y fue tomada prisionera. Ya no volvió a ser libre hasta su muerte.

Los franceses la habían abandonado, en cambio los ingleses estaban supremamente interesados en tenerla en la cárcel y pagaron más de 1.000 monedas de oro a los Borgoñeses para que se la entregasen. Juana intentó escapar saltando desde lo alto de la torre del castillo pero cayó en el agua de una zanja y tardó varios días en reponerse. La sentenciaron a cadena perpetua y el 21 de Febrero de 1431, tras nueve meses de prisión, comenzó un proceso iniciado por la Santa Inquisición en el cual se mezclaban motivos religiosos y políticos. Durante dicho proceso, la pequeña campesina que había llegado a ser líder militar, se enfrentó a una jauría hambrienta que quería condenarla y difamarla. Ella respondía con mucha prudencia y sabiduría. A pesar de ser una campesina analfabeta, Juana dominaba la situación irritando al tribunal e incluso dejándoles sin argumentos. El tribunal estaba compuesto por 45 doctores de la Iglesia, los cuales querían probar que era idólatra y hereje.

Juana permaneció durante todo el cautiverio y durante los cuatro meses que duró el proceso totalmente encadenada, incluso para dormir. La celda estaba custodiada por soldados que dormían en su interior. Los insultos y las humillaciones a las que fue sometida la hicieron sufrir tanto que llegó a exclamar: “Esta cárcel es para mí un martirio tan cruel como nunca me había imaginado que pudiera ser”. Sin embargo ella continuó orando con fe y proclamando que verdaderamente había oído la voz del Cielo y que la campaña que había realizado por salvar su patria había sido por voluntad de Dios.

En aquellos tiempos, era frecuente acusar de brujería a toda mujer que alguien quisiera hacer
desaparecer. Así también acusaron a Juana de Arco de brujería alegando que las victorias que había obtenido fueron debidas a que había hecho brujería a los soldados ingleses a fin de derrotarlos. Ella apeló al Papa pero nadie quiso hacerle llegar la noticia y así el tribunal quedó compuesto exclusivamente por enemigos de la joven. Juana declaró constantemente que nunca había empleado brujería y que era totalmente creyente y buena católica. A pesar de todo, la sentenciaron a la más terrible de las muertes de aquella época: ser quemada viva. En el viejo mercado de Rouen se levantó la hoguera. Ataron a Juana en la cúspide de un montón de leña, amarrada a un poste. Se dio un pequeño sermón y se leyó rápidamente la sentencia, pero a ella la quemaron lentamente mientras rezaba y gritaba el nombre de Jesús. Con la mirada hacia el cielo, aquella gran mujer murió con la misma valentía con la que había vivido. Era el 30 de Mayo de 1431. Una multitud de mil personas la vio moJuana de Arcorir. Mientras dos soldados ingleses se reían al contemplar la escena, un secretario del rey de Inglaterra se lamentó “¡Qué grave error! ¡Hoy hemos quemado a una santa!” Y muchos lloraron. Por su parte, el Delfín que había sido coronado gracias a sus luchas había rehusado hacer el más mínimo esfuerzo para salvar su vida.

Veinticinco años después de su muerte, en la misma ciudad que la vio arder, su madre y sus hermanos consiguieron que se reabriera el caso. Se inició entonces un proceso contra los que la habían enjuiciado. Juana de Arco fue oficialmente declarada inocente por parte del rey de Francia de todos los cargos que se le habían imputado. Desde aquel día, la fecha del 30 de Mayo se convirtió en fiesta nacional en Francia y se levantaron estatuas en honor a esta mártir doncella en los lugares más prominentes del país. Su influencia positiva se extendió por todo el mundo y así Juana de Arco pudo demostrar a todos con su vida y su muerte que la verdad siempre tiene un camino para sobrevivir.

Carmen Aparicio

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